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UNA SERVIDORA

            Diciembre de 2018. La enfermedad comenzaba a impedir que mi mamá pudiera moverse. Estábamos en la sala de la casa de Miguel, mi hermano, ella acostada en el mueble grande y yo sentado a su lado. Mi señora Eloína siempre fue de poco llanto, casi nunca se quejaba. Pero esta vez, acaso porque presentía el final, se desahogó. Entonces dijo algo al aire que me sacudió: “Solo fui una cachifa”. Jamás podré describir con precisión lo que sentí al escucharla. Aun así, aunque sabía que mis estudios de psicología no me habían preparado para un momento tan jodido, busqué la manera de reconfortarla. Fue cuando se me ocurrió contarle una anécdota de Mahatma Gandhi, una que quizá no era cierta, no osbtante se ajustaba al salvavidas que necesitaba.                    Gandhi, cuando era un muchacho recién graduado de abogado, estaba parado en la entrada de un hotel. De pronto se estacionó un auto elegante, se bajó un hombre encopetado y seguidamente le entregó sus maletas. Gandhi las tomó,

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